Feminismo
La lucha por la liberación de las mujeres, por la equiparación de derechos sigue siendo uno de los principales espacios de confrontación y transformación social.
Capitalismo y patriarcado llevan siglos complementándose y adaptándose el uno al otro, no hay más que ver cómo el actual contexto de crisis ha agudizado la feminización de la pobreza y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo femenina.
Nos dijeron que la incorporación al mercado laboral de las mujeres, traería consigo nuestra emancipación: nos engañaron. Más bien al contrario, seguimos asumiendo el trabajo doméstico y de cuidados, al tiempo que accedemos a los trabajos menos valorados y con condiciones laborales más precarias. Los datos del paro del último mes no son nada reveladores: De los 1.135 puestos de trabajo destruidos en la provincia en el último mes, todos y cada uno de ellos correspondían a mujeres; el 87% de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres. Datos que constatan que la capacidad de parir de las mujeres, y la responsabilidad del trabajo doméstico y de cuidados son fenómenos que continúan determinado a la baja las condiciones en las que las mujeres acceden y permanecen en el mercado laboral. Si a ello sumamos la reducción del gasto público y el proceso de privatizaciones de servicios, acentuado en los últimos años, con el pretexto de la crisis, podemos decir tranquilamente que la exclusión y el desempleo tienen rostro de mujer.
A luz de la realidad, sentenciamos que las políticas de igualdad han sido un fracaso.
Han sido un fracaso por dos razones. Por el enfoque y por el impacto de su desarrollo. Medidas legislativas como la ley contra la violencia de género, la ley de igualdad o la ley de dependencia, que no parten de un cuestionamiento de la división sexual del trabajo ni de la necesidad que tiene el sistema de fracturar las condiciones laborales de la clase trabajadora para segregar intereses e incrementar la tasa de beneficio. Políticas para la igualdad que no evidencian el tremendo ahorro de gasto que significa para el Estado la contribución del trabajo de cuidados invisible y gratuito que desarrollan las mujeres.
Políticas carentes de un enfoque integral que toleran que perviva el patrón “Hombre” como destinatario absoluto de las políticas públicas, al tiempo que son abordadas como políticas sectoriales, contradictorias en la mayoría de los casos con las políticas generales que emanan del mismo gobierno. ¿Cómo se puede hacer gala de la apuesta por la igualdad, cuando se aprueban leyes como la reforma del sistema de pensiones que vierte sus efectos más severos sobre las mujeres, por ser nosotras las que tenemos mayores lagunas de cotización?
Las políticas de igualdad impulsadas en la pasada legislatura, resultado de la lucha de los movimientos feministas, fueron aplaudidas y aún hoy las seguimos considerando un avance, sin embargo, su puesta en marcha ha evidenciado que no son una prioridad política y que los raquíticos recursos de que disponen las convierten en políticas de escaso impacto (sirva de ejemplo el dato de que solo un 10% de las empresas mayores de 250 trabajadores de la provincia, aplican la ley de igualdad, cuando para todas ellas es obligatorio).
El avance en cuanto a la incorporación de determinados planteamientos feministas, de corte liberal especialmente, en la estructura institucional, con la creación de los institutos de la mujer, las redes de casas de acogida, la creación de departamentos de investigación que trabajan en la inclusión de la perspectiva de género, el nacimiento y pronta defunción del Ministerio de Igualdad, ha tenido un doble efecto. De un lado, ha potenciado avances en cuanto a la visibilización de las mujeres y protección y en cuanto a los derechos formales de estas; de otro lado, ha contribuido a que se produzca cierto “espejismo de igualdad” que ha hecho que se baje la guardia y que se confundan derechos formales con derechos reales, efectivos y universales. Dándose incluso un rebrote de discursos públicos profundamente machistas que se suma a la oleada de micromachismos cotidianos que soportamos las mujeres.
Al mismo tiempo, el feminismo liberal ha ganado hegemonía y visibilidad, mientras que los feminismos de corte más materialista, que promueven alternativas al sistema capitalista y al heteropatriarcal, han quedado debilitados e invisibilizados por la estrategia de acuerdos de mínimos. Estrategia que ha sido enormemente útil pero que ha hecho que hayamos convertido la táctica en estrategia, restándole capacidad crítica y contestataria y capacidad de acción al movimiento.
Por tanto, tenemos algunos retos que pasan por situar el análisis y la propuesta feminista en Izquierda Unida como una prioridad política de primerísimo primer orden. Partiendo de un enfoque integral, que sitúe la división sexual del trabajo y el proceso de feminización de las condiciones laborales del conjunto de la clase(o lo que es lo mismo, el proceso de precarización) en el centro de su análisis, discurso y práctica política.
Tenemos el reto de construir un programa feminista de máximos, diseñado desde la participación ciudadana, la participación política y social de las mujeres. Por tanto, hemos de impulsar procesos participativos en los espacios y tiempos de las mujeres, que contribuyan a fortalecer sus redes y a consolidarlas como dinamizadoras, referentes y motores del desarrollo humano en la ciudad. Fortalecer las redes de mujeres significa fortalecer la comunidad y también hacer operar en la sociedad valores asociados históricamente a las mujeres, como la cooperación, el cuidado, la solidaridad, etc.
Al mismo tiempo, es la hora de impulsar políticas para la igualdad que incluyan a los hombres. Me atrevo a decir que el grado de conciencia feminista entre las mujeres es mayor que entre los hombres, muchos hombres siguen resistiéndose a perder los privilegios de que disponen, por tanto, es necesario impulsar políticas y procesos educativos que favorezcan que los hombres se deshagan de sus principios y comportamientos patriarcales, también de aquellos que les oprimen a ellos.
Gran trabajo nos espera.
Capitalismo y patriarcado llevan siglos complementándose y adaptándose el uno al otro, no hay más que ver cómo el actual contexto de crisis ha agudizado la feminización de la pobreza y la sobreexplotación de la fuerza de trabajo femenina.
Nos dijeron que la incorporación al mercado laboral de las mujeres, traería consigo nuestra emancipación: nos engañaron. Más bien al contrario, seguimos asumiendo el trabajo doméstico y de cuidados, al tiempo que accedemos a los trabajos menos valorados y con condiciones laborales más precarias. Los datos del paro del último mes no son nada reveladores: De los 1.135 puestos de trabajo destruidos en la provincia en el último mes, todos y cada uno de ellos correspondían a mujeres; el 87% de los contratos a tiempo parcial corresponden a mujeres. Datos que constatan que la capacidad de parir de las mujeres, y la responsabilidad del trabajo doméstico y de cuidados son fenómenos que continúan determinado a la baja las condiciones en las que las mujeres acceden y permanecen en el mercado laboral. Si a ello sumamos la reducción del gasto público y el proceso de privatizaciones de servicios, acentuado en los últimos años, con el pretexto de la crisis, podemos decir tranquilamente que la exclusión y el desempleo tienen rostro de mujer.
A luz de la realidad, sentenciamos que las políticas de igualdad han sido un fracaso.
Han sido un fracaso por dos razones. Por el enfoque y por el impacto de su desarrollo. Medidas legislativas como la ley contra la violencia de género, la ley de igualdad o la ley de dependencia, que no parten de un cuestionamiento de la división sexual del trabajo ni de la necesidad que tiene el sistema de fracturar las condiciones laborales de la clase trabajadora para segregar intereses e incrementar la tasa de beneficio. Políticas para la igualdad que no evidencian el tremendo ahorro de gasto que significa para el Estado la contribución del trabajo de cuidados invisible y gratuito que desarrollan las mujeres.
Políticas carentes de un enfoque integral que toleran que perviva el patrón “Hombre” como destinatario absoluto de las políticas públicas, al tiempo que son abordadas como políticas sectoriales, contradictorias en la mayoría de los casos con las políticas generales que emanan del mismo gobierno. ¿Cómo se puede hacer gala de la apuesta por la igualdad, cuando se aprueban leyes como la reforma del sistema de pensiones que vierte sus efectos más severos sobre las mujeres, por ser nosotras las que tenemos mayores lagunas de cotización?
Las políticas de igualdad impulsadas en la pasada legislatura, resultado de la lucha de los movimientos feministas, fueron aplaudidas y aún hoy las seguimos considerando un avance, sin embargo, su puesta en marcha ha evidenciado que no son una prioridad política y que los raquíticos recursos de que disponen las convierten en políticas de escaso impacto (sirva de ejemplo el dato de que solo un 10% de las empresas mayores de 250 trabajadores de la provincia, aplican la ley de igualdad, cuando para todas ellas es obligatorio).
El avance en cuanto a la incorporación de determinados planteamientos feministas, de corte liberal especialmente, en la estructura institucional, con la creación de los institutos de la mujer, las redes de casas de acogida, la creación de departamentos de investigación que trabajan en la inclusión de la perspectiva de género, el nacimiento y pronta defunción del Ministerio de Igualdad, ha tenido un doble efecto. De un lado, ha potenciado avances en cuanto a la visibilización de las mujeres y protección y en cuanto a los derechos formales de estas; de otro lado, ha contribuido a que se produzca cierto “espejismo de igualdad” que ha hecho que se baje la guardia y que se confundan derechos formales con derechos reales, efectivos y universales. Dándose incluso un rebrote de discursos públicos profundamente machistas que se suma a la oleada de micromachismos cotidianos que soportamos las mujeres.
Al mismo tiempo, el feminismo liberal ha ganado hegemonía y visibilidad, mientras que los feminismos de corte más materialista, que promueven alternativas al sistema capitalista y al heteropatriarcal, han quedado debilitados e invisibilizados por la estrategia de acuerdos de mínimos. Estrategia que ha sido enormemente útil pero que ha hecho que hayamos convertido la táctica en estrategia, restándole capacidad crítica y contestataria y capacidad de acción al movimiento.
Por tanto, tenemos algunos retos que pasan por situar el análisis y la propuesta feminista en Izquierda Unida como una prioridad política de primerísimo primer orden. Partiendo de un enfoque integral, que sitúe la división sexual del trabajo y el proceso de feminización de las condiciones laborales del conjunto de la clase(o lo que es lo mismo, el proceso de precarización) en el centro de su análisis, discurso y práctica política.
Tenemos el reto de construir un programa feminista de máximos, diseñado desde la participación ciudadana, la participación política y social de las mujeres. Por tanto, hemos de impulsar procesos participativos en los espacios y tiempos de las mujeres, que contribuyan a fortalecer sus redes y a consolidarlas como dinamizadoras, referentes y motores del desarrollo humano en la ciudad. Fortalecer las redes de mujeres significa fortalecer la comunidad y también hacer operar en la sociedad valores asociados históricamente a las mujeres, como la cooperación, el cuidado, la solidaridad, etc.
Al mismo tiempo, es la hora de impulsar políticas para la igualdad que incluyan a los hombres. Me atrevo a decir que el grado de conciencia feminista entre las mujeres es mayor que entre los hombres, muchos hombres siguen resistiéndose a perder los privilegios de que disponen, por tanto, es necesario impulsar políticas y procesos educativos que favorezcan que los hombres se deshagan de sus principios y comportamientos patriarcales, también de aquellos que les oprimen a ellos.
Gran trabajo nos espera.
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