miércoles, 23 de febrero de 2011

Gaddafi declara la guerra a su pueblo

MUNDO

Activismo en red




“Desde el tejado donde me encuentro veo incendios, muchos incendios en todo Trípoli. En frente de nosotros hay dos coches cargados de [mercenarios] africanos. Hay disparos por todos sitios. La gente se está manifestando delante de nosotros. Les están matando como a … (…) Les matan donde les encuentran. Cualquiera que esté en la calle puede ser asesinado. Mi primo, que es médico, dice que los doctores están siendo disparados en los hospitales. Y esto va a más. Las cosas están muy mal, realmente mal”.

La voz la mujer de Trípoli contactada por Al Jazeera transmite angustia y temor, pero también determinación. A los libios su propio Gobierno, sus propios tanques les están masacrando por exigir libertad. Pero cada víctima parece estar produciendo el efecto contrario al que buscan los asesinos, que pretenden perpetuarse en el poder derramando sangre. Cada muerto multiplica las protestas, cada libio fallecido acerca un poco más al agonizante régimen de Muammar Gaddafi a su fin. Y no parece que vaya a ser tan plácido como el de sus predecesores tunecino y egipcio en la primavera revolucionaria que está tumbando a las dictaduras árabes. Al excéntrico coronel le pega más ser ejecutado por su círculo que un exilio en Arabia Saudí.

El juego está acabando para el perro loco y su familia, que pretendía seguir exprimiendo a Libia durante las generaciones venideras colocando como sucesor a uno de los hijos del coronel y seguir ejerciendo el terror contra cualquier tipo de disidencia mediante los cuerpos especiales de Seguridad que obedecen -e incluso llevan los nombres de- a otros de sus vástagos. Y a la comunidad internacional no le parecía mal, porque el elegido era el “reformista”, un hombre formado en Occidente que merecía la aprobación por el mero hecho de hablar un perfecto inglés.

En Oriente Próximo sucede a menudo: el criminal se enfunda en un traje de chaqueta y corbata, adopta modales exquisitos, sirve champán helado en delicadas copas de cristal y los líderes occidentales quedan fascinados por lo que pasa a ser catalogado como “la cara más amable” de éste o aquel régimen.

La comparecencia de Saif al Islam, el hijo de Muammar Gaddafi, en televisión, es un claro ejemplo de cómo esa candidez -también llamada hipocresía- internacional suele costar vidas. El hombre que se balanceaba en su silla con gesto de superioridad anunciando una guerra civil y “ríos de sangre” si la población no accede a seguir siendo sometida por la familia Gaddafi es el sucesor aceptado y bendecido desde todos los puntos del planeta del dictador, el hombre al que todos los Gobiernos veían -y deseaban- como sucesor dinástico del perro loco, porque les garantizaba sus contratos y el estatus quo regional.



El reformista se quitó la careta hace dos días, cuando comprobó que su brillante futuro está ahora abocado al fracaso. Las revueltas libias ya no tienen marcha atrás, aunque el régimen de su padre aún tenga tiempo de aplazar su partida mediante una matanza a cargo de mercenarios y milicianos africanos. Y eso que, a diferencia de Egipto, Túnez o Bahrein, en Libia el férreo control del régimen sobre los medios de comunicación del país le dieron una oportunidad de supervivencia: sin periodistas extranjeros -cuya entrada siempre estuvo rígidamente controlada-, comunicaciones telefónicas -la compañía depende de la familia Gaddafi- y con graves deficiencias en el suministro de Internet, el mundo no tenía por qué saber que los libios se rebelaban a miles.

Pero no contaron con la determinación de un pueblo que, tras 41 años de sufrimiento, ya no tiene nada que perder. Los libios no sólo siguen en las calles pese a ser reprimidos con fuego real por los soldados leales a Gaddafi: han logrado tomar el control de varias ciudades y incluso crear un sistema propio que permite dar información al mundo entero: que nadie diga que no sabía lo que estaba ocurriendo en Libia. Se trata de periodismo ciudadano y, en el apagón decretado por el dictador y sus hijos en la república que masas -jamahiriya-, brilla con luz propia. Libia 17 de Febrero es una página web creada con motivo de la revuelta popular -que tenía previsto comenzar el pasado jueves, cuando había sido convocada un jornada de ira, pero que se adelantó un día tras la detención de un conocido activista humanitario de Bengasi-, gestionada por libios en el exilio con contactos en el interior del país. Sirve de plataforma para todos aquellos que puedan hablar desde el interior del país africano, y para las conversaciones que ciudadanos libios en el extranjero están manteniendo y grabando con sus familiares o amigos, así como para vídeos captados -a menudo con teléfonos móviles- de las manifestaciones y de la represión.

Vinculado al denominado Movimiento Juvenil Libio, que se definen en su perfil de Twitter como “un grupo de jóvenes libios dentro y fuera de Libia inspirados por nuestros hermanos egipcios que hacemos lo que podemos por recuperar Libia”, la web es un recurso imprescindible para tener una idea aproximada de lo que está ocurriendo en las calles de las principales ciudades libias.

“Hay mucha gente gritando, hay protestas, disparos de artillería, de ametralladoras pesadas… Todo está empeorando ahora, justo tras el discurso de Saif al Islam”, explicaba un joven a su hermano en una conversación telefónica difundida por la web. De fondo son perceptibles los disparos a los que se refiere. “Cientos de manifestantes pro Gaddafi están acudiendo ahora a la Plaza Verde [la principal plaza de Tripoli]. [El discurso] sólo ha sido para intimidar a la gente. Los manifestantes [anti Gaddafi] han buscado refugio (…) Antes, cuando fueron a la plaza en masa, los que apoyan a Gaddafi salieron corriendo pero ahora están volviendo. Ha sido como una señal. Parece que las cosas van a ir mal”.



En otra grabación, un hombre de Bengasi -según muchos testimonios, en manos de los manifestantes- contactado el día 20 de febreo asegura que “el número de heridos y muertos es de alrededor de 900. Han enviado a la división Faqir del Ejército. He visto hospitales llenos, la mayoría de los heridos están en estado crítico porque no están usando balas normales sino munición antiaérea”. Su testimonio es ratificado por las imágenes irreproducibles que llegan de los hospitales de Bengasi. Cuerpos mutilados, despedazados, cadáveres desventrados por calibres pesados. “Están disparando munición antiaérea contra manifestantes. La división está formada por soldados y mercenarios pero los jóvenes no van a parar porque saben que si lo hacen será el final para ellos”, continúa el hombre con perceptible ansiedad.

Las grabaciones caseras que están siendo difundidas en la red y mediante canales árabes por Al Jazeera o Al Arabiya demuestran que se está usando armamento pesado y que la represión corre a cargo de tanques pero, sobre todo, de mercenarios a bordo de coches privados y en ropas civiles -algo confirmado por el embajador libio en India, que renunció hace días a su cargo para sumarse a la protesta- pero también que la determinación de los libios a cambiar de una vez por todas el sistema es sólida. “Lo que estamos viendo hoy es increíble. Aviones de combate y helicópteros están bombardeando indiscriminadamente una zona tras otra. Hay muchos, muchos muertos”, explicaba Adel Mohamed Saleh, un libio contactado por Al Jazeera.

Parece demasiado tarde para la dinastía Gaddafi. Sus oficiales comienzan a desertar, las tribus se alzan contra el régimen -incluida la tribu del dictador-, los diplomáticos libios en el exterior -e incluso el ministro de Justicia, escandalizado por el uso indiscriminado de la fuerza contra los manifestantes pacíficos- dimiten y la fuerza de la población es mayor que la de los mercenarios, aunque muchos mueran en el camino. Según la Federación Internacional de Derechos Humanos las localidades de Bengasi, Musratha, Tobruk y Sirte han sido liberadas de la dictadura. La batalla por Trípoli se libra en estos momentos. Podría ser la última.

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