ESTADO ESPAÑOLMovilizaciones
"Panfleto "Tiempos nuevos, tiempos salvajes. Una llamada a la Movilización Total" repartido por el Instituto del Tiempo en la manifestación contra el pacto social del pasado 12 de marzo en Madrid. También incluimos fax enviado al Centro Nacional de Meteorología donde el Instituto advierte de la llegada de fuertes inestabilidades que afectarán a todo el país."
              
Un tipo entra en un banco y  dispara sobre varios empleados. Poco antes, ha hecho lo mismo en el  interior de un bar cercano, vaciando el cargador de su escopeta sobre su  jefe y también sobre el hijo de éste. Más tarde, un reportero cuenta lo  sucedido mirando hacia una cámara colocada a las puertas del banco: "Al  parecer estaba a punto de ser embargado y desahuciado", afirma. Al día  siguiente el asunto inunda las tertulias. Prácticamente todos los  comentaristas condenan lo sucedido, buscando la explicación en algún  tipo de problema mental. Apuras el café y, cuando estás a punto de irte,  escuchas a un grupo de currelas que dicen: "¡No te jode, lo que pasa es  que estaba desesperado!", dice uno de ellos; "¡cabrones!", añade otro.
  
Tiempos nuevos, tiempos salvajes.
  
Lo sorprendente de esta época y de todos estos  acontecimientos relacionados con la crisis no es el derrumbe de toda  esperanza, sino que nuestra paciencia (aún) no se haya agotado. Somos  caballos de carreras, izquierdistas acostumbrados a estar satisfechos  con nuestro modo de vida. Somos el siguiente tesoro, la montaña que  conquistar (las elecciones, amigos, las elecciones).
  
Estamos asistiendo, sin duda, a la peor crisis desde la  Segunda Guerra Mundial o del crack de 1929. El futuro mediato, o el  presente que ya estamos viviendo, es la violencia entre quienes estamos  padeciendo sus crisis (una pintada que apareció en la fachada de la Fnac  de Madrid durante la pasada Huelga General decía acertadamente: "600  euros es violencia"), la falta de solidaridad, el miedo a perder el  curro pero también el miedo al otro, la soledad, la medicalización total  y los antidepresivos como el nuevo tótem, los suicidios y las acciones  suicidas. O quizás no, porque el único camino posible pasa por negar la  totalidad, un gran rechazo al sistema, a los sindicatos y las  instituciones, negar el auxilio a los bancos, pero también a la clase  política sin excepciones. Los bancos se unen para así ser más fuertes,  mientras que aquellos que padecemos la crisis nos aislamos unos de otros  viviendo el drama en el interior de unas casas cada vez más endebles  pero, al mismo tiempo, también más blindadas.
  
El tiempo se agota. La precariedad se encuentra ya  instalada en nuestras vidas. Precariedad en el trabajo (cuando malamente  lo encontramos). Temporalidad en las relaciones afectivas (internet  como pseudovida a distancia). Hemos perdido el control del tiempo y de  los tiempos. Más aún: hemos perdido todo control. Es inútil hacer  planes, salvo para los bancos, entidades acostumbradas a planificar la  longevidad de su capital, porque el crédito es ganancia futura y el  dinero ingresado (nuestros salarios) movimientos del capital y  especulación. Temporalidad y filosofía barata, una nueva teología  poblada de palabras como "liquidez", "mercados" o "burbuja".
  
Habitamos un Tiempo ya instaurado. La lucha por el  tiempo libre del trabajo esconde la quimera del propio tiempo libre. Por  eso, cuando los trabajadores y todos aquellos que están camino de  serlo, o al menos de intentarlo, recibimos la noticia del aumento en la  edad de jubilación, inmediatamente sentimos que se nos había impuesto  una nueva condena; sentimos que nuestro mundo -construido a base de  creencias acerca de la intocabilidad de ciertas cosas- había sido  dañado. Otros, aquellos que sólo han conocido crisis toda su vida,  sonrieron y dijeron: "Bienvenidos al club". Acostumbrados a vivir con lo  puesto, imaginarnos nuestra vida dentro de diez o veinte años parece un  imposible. El trabajo asalariado es la muerte en vida, porque todo  alargamiento de una actividad cada vez más miserable y precaria tan sólo  conduce a la medicalización generalizada. Somos el último ejército, un  ejército en medio de un estado de excepción y que sólo es movilizado  cada cierto tiempo para votar a unos jefes a los que perdimos el respeto  hace ya tanto tiempo, o para acudir en masa a eventos deportivos y  fiestas de turno. Los hombres y las mujeres se parecen mucho al tiempo  que habitan. Y en esta época de miedos, muchos han sentido pánico.
  
Compañeros, ¡no queremos que la vida se nos vaya  pensando qué hacer con nuestro tiempo! porque la única certeza que  tenemos es que ya casi no somos dueños de nada. Queremos sentirnos vivos  de verdad. Contarlo todo, discutirlo todo, destruirlo todo para  construir otra vida y no esta forzada supervivencia. Cuando el tiempo es  alienado, ese maldito tiempo se convierte en una maldición y de esta  forma, convertida ya en la Gran Ideología de la época, sentimos que el  tiempo, nuestro tiempo, nos es arrebatado. Es preciso detener la  máquina, pero todavía es más urgente que nos detengamos todos. Mientras  tanto, sumamos los días para que, sea como sea y al precio que sea,  pasen rápido.
  
Nada volverá ya a ser como antes, pero nosotros tampoco  deseamos que las cosas vuelvan a ser "como antes". No queremos ninguna  vuelta a una normalidad que ya detestábamos. Lo queremos todo patas  arriba. Esta crisis de legitimidad, con la falta de esperanza y la idea  que ya flota en cada rincón de esta ciudad (¡Todos fuera!), también  indica el modo y la necesidad de la siguiente revuelta: una negación  radical, y posiblemente en muchos aspectos inicialmente "nihilista",  contra esta muerte en vida. El estilo de la siguiente revuelta será la  movilización contra la muerte en vida.
  
El capitalismo ha entrado en una fase de  reestructuración cuyo siguiente paso será una nueva definición del  trabajo y del gobierno de la economía. Esta sociedad del trabajo ya no  necesita de los trabajadores, porque la tecnología ha logrado el milagro  soñado por los capitalistas (eficiencia y productividad garantizadas).  Tampoco hay trabajo para todos, ni puede haberlo bajo este sistema.  Vivimos entre una sobreproducción de mercancías, de estanterías  abarrotadas de productos, de una inmensa oferta de objetos y gadgets, y  de deseos que realizar. Las reglas han cambiado: del proclamado  desarrollo económico que se anunciaba como progresivo hemos pasado a la  gestión de la carestía. Mientras nos acercamos a los cinco millones de  parados y el paro juvenil aumenta imparablemente, el capitalismo no  detiene la producción, porque está basado en la ficción y el mito del  pleno empleo, y en la movilización de sus ciudadanos para que cumplan su  papel como consumidores.
  
Pero el combate que se libra está también en el plano de  los sentimientos y las creencias. En estos tiempos, la propaganda está  en la recuperación de la confianza, a modo de una Nueva Religión. Sus  mitos han caído uno a uno, entre ellos la vieja cantinela del "pleno  empleo". Hace ya más de un año, cuando el fuego amenazaba con quemar los  muebles, el gobernador del Banco de España declaró que el problema de  la crisis financiera era un problema de "confianza": de los bancos entre  sí a la hora de hacer circular el dinero y de los ciudadanos con las  instituciones. Ahora de lo que se trata es de forzar a la gente, a los  trabajadores ya explotados y reventados, a la gente hastiada y helada de  la cola del paro, a los estudiantes que están a punto de ser metidos en  la trituradora del paro y de la emancipación familiar al cumplir los  treinta, es decir, a los votantes, para que por medio de la propaganda  se vuelva a creer en el sistema. No lo haremos.
  
Lo que ha pasado no es producto de un exceso, sino de un  sistema que es en sí mismo excesivo, y que trata a sus  ciudadanos-clientes como estúpidos. Así, pocos han comprendido de qué va  esto de la macroeconomía, entregándose a la lectura ansiosa de todo  tipo de encuestas y estudios que dicen vaticinar la luz al final del  túnel. Esperan que la Nueva Religión ("los Mercados han dicho…", como si  los Mercados, y no los políticos y banqueros, pudieran opinar) anuncie  por fin la fecha para la salida de la crisis. El miedo congela a todos  mirando descender las cotizaciones. Los currantes ya no denuncian y  miran por encima del hombro a quienes traen malas noticias.
  
El sistema se encuentra en bancarrota. El escenario de  las próximas elecciones, tanto las municipales como las nacionales, a  buen seguro será el de la abstención, la desmovilización y el hastío.  Sin embargo, llamarán al estado de alarma, invocando viejas ideas. No  les creas. Durante este año la estrategia del gobierno será el evitar  que el conflicto salga de lo privado a lo público, que los dramas tomen  la calle. Si esto sucede, el precio será la represión a toda costa, pero  el conflicto es el inicio del camino. Estamos hartos. Lo que esconde  todo el ejército de curas y gilipollas de la izquierda, con su cantinela  de "más regulación", es dar un poco de vida a un cuerpo moribundo,  reclamando "más control" en estos tiempos salvajes, pero ¿Quién controla  a los que controlan?
  
No podemos permitirles segundas partes, sino mandarlos al paro a perpetuidad. Ninguna vuelta a la "normalidad". Queremos jugar.
  
[Instituto del Tiempo, marzo 2011]