Capitalismo
“El porqué es lo que convierte al periodismo en un juego de adultos, y la única manera de explicar el porqué es mediante periodistas absoluta y enteramente comprometidos con la cobertura de un asunto determinado o una institución.” David Simon, ex periodista y guionista de The Wire.
Decían los maestros periodistas que para ejercer este oficio se precisa empatía, capacidad de ponerse en la piel del otro, conocimiento de idiomas y culturas, viajar, especializarse y profundizar en los temas de actualidad, tener los ojos y oídos bien abiertos y estar en contacto con la calle, porque es en ella – y no en las redacciones- donde se producen las noticias y donde se puede palpar la realidad.
Pero en España parece que se ha optado por otro modelo de periodismo. Consiste en fichar a la entrada y la salida de las empresas y permanecer en ellas, en las redacciones – más que redacciones habría que llamarlas oficinas- nueve o diez horas seguidas con la mirada fija en el ordenador, viendo cómo caen, uno tras otro, los teletipos.
De ese modo los periodistas limitan su mirada: los que se encargan de la información internacional ven la actualidad a través de dos o tres grandes ojos, los de las dos o tres grandes agencias de noticias del mundo. Estas agencias suelen hacer un trabajo digno, pero su cobertura es insuficiente para narrar el mundo.
Es una situación un tanto orwelliana: los grandes medios de comunicación, conocidos como mass media, prescinden cada vez más de sus propios ojos y oídos, de su propia red de corresponsales o enviados especiales, y depositan toda la tarea periodística en las agencias de noticias.
Lo mismo ocurre con la información nacional: los periodistas suelen ver el país a través de las notas de prensa y comunicados de organismos oficiales -o de ruedas de prensa a veces sin derecho a preguntas- porque el modus operandi impuesto en las redacciones no les deja tiempo para indagar en otros temas.
Y así, la tarea de los periodistas de los mass media se ve reducida cada vez más al copy-paste: me llega el teletipo o el comunicado, lo copio, y poco más.
Sin duda alguna el medio de comunicación en el que más se produce este fenómeno es la televisión: un ciudadano enciende la tele, comienza a hacer zapping y comprueba que en todos los canales le cuentan las mismas noticias, con los mismos planos, las mismas imágenes, el mismo enfoque.
- Las redacciones.
Buena parte de las redacciones ya no son lugares de debate en los que la actualidad y la polémica hierven al vertiginoso ritmo de la curiosidad insaciable de los periodistas.
Ahora son espacios más bien silenciosos, en los que hay jefes que valoran cada vez menos la especialización y el conocimiento; en los que introducir gracietas en la narración de una noticia te da más puntos que tener una agenda cargada de contactos y de fuentes de información procedentes de todas las esferas políticas y sociales.
- Los jefes.
Muchos directivos de las empresas periodísticas no son periodistas, sino gerentes que buscan la obtención del máximo beneficio económico sin importarles en demasía la calidad de la información.
Tanto es así, que grandes empresas informativas se preocupan más que por informar, por aparentar que informan; procuran elaborar infoentretenimiento y huyen del periodismo que busca contestar a las grandes preguntas.
- Las causas.
¿Por qué apuestan por pisotear el periodismo?
Recabar y elaborar información cuesta dinero, tiempo y esfuerzo; es mucho más barato limitarse a copiar lo que dicen las agencias de noticias, las instituciones políticas o económicas o los organismos oficiales.
Esta es la idea que prima en los grandes despachos de los medios de comunicación de masas, pero es más que cuestionable.
Cualquier empresario sabe que las apuestas por productos de calidad pueden generar beneficios a largo plazo; pero para eso se necesita paciencia y, en el caso de la información, cierto sentido de responsabilidad pública, algo de lo que carecen por completo estos gurús del no-periodismo.
- El poder.
Buena parte de los mass media centran la información en los poderosos para obtener influencia en las altas esferas: Abramos las páginas de un periódico y contemos cuántos representantes de la política e instituciones aparecen en las fotos. Serán la mayoría.
Y así los pobres, los desposeídos, los anónimos, la gente de la calle, contemplan a través de los medios cómo los integrantes del poder político, económico y financiero gozan de un altavoz diario del que ellos carecen.
Unos pueden permitirse diariamente moldear el lenguaje al servicio de sus intereses: tendrán espacio asegurado en los mass media, sus palabras serán repetidas una y otra vez en los medios audiovisuales.
Los otros no disponen casi nunca de un altavoz: al periodismo les resultan indiferentes.
Actualmente en este oficio se premia y se pone medallas al que frecuenta a los políticos, come con ellos, informa sobre lo que dicen, sobre si seguirán o no en la próxima legislatura, sobre si brillaron o no en su intervención en el Pleno del Congreso, sobre si mienten o no mienten, sobre sus promesas, sobre sus alianzas y rupturas.
Es una información sin duda necesaria, pero suele carecer de la profundidad requerida en los tiempos que corren.
El debate político actual es pobre y suele estar al servicio de los grandes poderes, no de los ciudadanos. Con frecuencia invisibiliza las realidades con la que cualquier buen historiador del futuro definiría la etapa de nuestro presente.
Por eso el espacio informativo que ocupan los representantes del poder político no suele dejar lugar para dar respuesta a las grandes preguntas que deberíamos estar contestando entre todos:
¿Quién está detrás del poder político?
¿Cómo es posible que en 2009, el año de mayor recesión económica en España, el sueldo medio de los consejeros ejecutivos y altos directivos de las empresas del Ibex 35 fuera de un millón de euros anuales?
¿Por qué los gobiernos han puesto tanto empeño en rescatar a las entidades financieras y no nos rescatan a los ciudadanos?
¿Qué ha ocurrido para que Europa se plantee mermar los derechos de los trabajadores e incluso retrasar la edad de jubilación, cuando solo hace diez años debatía reducir o no la jornada laboral a 35 horas semanales?
¿Por qué el hambre, la desnutrición o las desigualdades suelen ser consideradas tragedias naturales inevitables y nadie ha sido condenado por contribuir a su existencia?
¿Tendrán los gobernantes de los países desarrollados remordimientos nocturnos al recordar que con solo el uno por ciento del dinero destinado al rescate de las entidades bancarias en 2009 se habría podido garantizar el cumplimiento de los Objetivos del Milenio establecidos para erradicar la pobreza extrema en el mundo, tal y como ha denunciado la ONU?
¿El aumento de la desigualdad entre pobres y ricos es una tendencia al alza? Es decir, ¿se superará a peor el dato actual – ofrecido por Naciones Unidas- que indica que el 1% de la población mundial acapara el 35% de la riqueza del planeta, mientras que la mitad de la población mundial solo disfruta del 1% de la riqueza?
¿Cuáles son los nombres y apellidos de quienes ganan dinero especulando con el precio de los alimentos?
¿Cuánto dinero ganan nuestros gobiernos vendiendo armas a Estados que atacan población civil y ocupan ilegalmente territorios ajenos?
¿Por qué hay ejércitos de países desarrollados que matan a población civil en nombre de la lucha contra el terrorismo?
¿Para qué algunos países occidentales ocupan y atacan países en nombre de la democracia y la libertad?
¿Se mantendrá esta jerarquía que sitúa el dinero y el poder por encima de los seres humanos y de la Tierra?
¿Hasta dónde llegará este periodismo al servicio del poder o de los beneficios económicos, sumergido en un terrible síndrome de Estocolmo, secuestrado por sus peores enemigos?
La respuesta a esta última pregunta depende no solo de quienes llevan las riendas de los mass media, sino de todos los que ejercemos este oficio.
“El periodismo siempre es subversivo”, Philip Jones Griffiths, fotoperiodista.
Los líderes del modelo imperante de información -habría que llamarlo desinformación- se resguardan de las críticas apelando a los deseos de la sociedad como factor determinante en la elección de los contenidos.
Parapetados en un argumento facilón y falaz, quieren creer que la ciudadanía se compone de tontos y tontas que necesitan cuanta más basura mejor para quedarse pegados a la pantalla, para animarse a comprar un periódico o para escuchar la radio. Tienen fe en la basura porque a corto plazo es lo más rentable, lo más barato, lo más fácil.
Optan por ignorar que en otros países europeos hay programas de información tratada en profundidad que acaparan importantes porcentajes de audiencia o que imprimen el sello de calidad e identidad que necesita un medio para ganar prestigio.
Aquí mismo se han producido fenómenos recientes como que un buen reportaje de Informe Semanal sea lo más visto de la semana en TVE solo superado por un partido de Rafa Nadal.
¿De verdad piensan que nos aburre lo que realmente ocurre en el mundo?
¿Solo vemos la tele si nos descafeínan las noticias? ¿El rigor es aburrido?
¿Tenemos tan poco interés en la actualidad que necesitamos que nos la cuenten en crónicas cada vez más cortas o en vídeos de 45 segundos, porque si no nos distraemos?
Puede que sí. Pero muchos periodistas creemos que no. Por otro lado, estas preguntas tienen trampa, porque, independientemente de la presunta voluntad de una mayoría, el deber del periodismo es contar la realidad de manera de manera detallada y rigurosa.
En general, los seres humanos, cuanto más informados estamos, más queremos saber. Cuanto más sabemos, más preguntas nos surgen. Por tanto, cuanto más tiempo dure la apuesta por el show disfrazado de periodismo, nos arriesgamos a que más ciudadanos dejen de tener interés por la actualidad.
Del mismo modo, si se apostara por multiplicar los espacios informativos y éstos se mantuvieran en el tiempo respaldados por una buena promoción, es muy probable que se fueran sumando como público-lectores más y más ciudadanos, que descubrirían así nuevos enfoques, perspectivas y realidades, así como una nueva afición: querer estar bien informado.
- La responsabilidad.
El periodismo tiene una responsabilidad: informar con ética, con fuentes contrastadas.
No rendir pleitesía al poder, dar un altavoz a quienes no lo tienen, intentar que los que rigen el mundo no sean los únicos que aparezcan en los medios.
Pero también los ciudadanos y ciudadanas tienen en sus manos una responsabilidad: exigir información de calidad, protestar contra la banalización de los espacios informativos y de las imágenes.
(Y esto es extensible al ámbito de la política: la sociedad debe exigir a los políticos un debate de altura).
- No es inofensivo.
Hay un modelo de periodismo actual que eleva las anécdotas o la información de escaso interés general a la categoría de noticias. Así, nos encontramos con informativos-magazine, en los que se habla de un árbol de Navidad decorado con joyas, de un coche empotrándose contra un pajar solitario o de una carrera de pingüinos.
La inclusión de este tipo de reportajes seudoinformativos en un espacio que debería dedicar su atención exclusiva a los grandes temas de actualidad puede resultar a primera vista inocente e inofensiva. Pero no lo es.
No lo es porque cada vez que se da espacio a una seudoinformación se está enterrando una noticia. Y esa noticia a veces tiene que ver con los abusos por parte de ejércitos, de entidades financieras, de políticos corruptos; con grandes asuntos de los que dependen nuestros derechos y libertades.
Pero no se cuenta -o se cuenta mal, en 30 segundos o en media columna- porque hay que dedicar un gran espacio a una insípida cumbre de mandatarios o, peor aún, a esa crónica tan simpática sobre la nueva receta de un roscón de reyes.
- Otro periodismo.
Hay periodistas que creen en el periodismo que se ejerce en los grandes medios y trabajan en ellos con orgullo; están convencidos de que sólo ése es el periodismo real.
Otros permanecen en los mass media porque de vez en cuando tienen la fortuna de poder realizar desde ellos una buena labor periodística y de ese modo la frustración pasajera es recompensada temporalmente para dar paso a otra frustración y así sucesivamente, últimamente con predominio de las etapas de barbecho.
Los hay que se mantienen por una cuestión económica, necesitan pagar la hipoteca.
También están los que se cansan y se van. Renuncian a una nómina, a un contrato indefinido, incluso a un buen sueldo, con la esperanza de poder practicar un periodismo al margen de la agenda impuesta por los grandes poderes.
Unos escriben libros para plasmar en ellos el periodismo que no cabe en los mass media; otros realizan documentales autofinanciados que encuentran hueco en los circuitos de festivales extranjeros o en cadenas de prestigio internacional.
Hay quienes trabajan como free-lance y ofrecen sus crónicas a los mass media, que cada vez “compran” menos y pagan peor.
Algunos han llegado a ofrecer su trabajo gratis, hartos de que les pongan como excusa la falta de dinero para pagarles, y aún así, no han conseguido que sus reportajes, a veces de gran calidad, sean difundidos. No hablo solo de principiantes, sino de reporteros con mucha experiencia.
Entre esos periodistas que han abandonado grandes medios están los que buscan -y encuentran- en Internet el modo de poner en práctica la máxima de que otro periodismo es posible. La información en la Red no necesita del gran capital para ser difundida, no precisa de caros envíos por satélite ni de rotativas. Así han surgido importantes iniciativas como propublica.org en Estados Unidos o mediapart.fr en Francia.
En los países anglosajones, con una sociedad civil más participativa en este tipo de cuestiones, algunos de estos proyectos obtienen financiación a través de filántropos, de las donaciones mensuales y voluntarias de sus lectores o por ambas vías. Es el caso de la ya histórica democracynow.org.
Aquí en España iniciativas de calidad como periodismohumano.com han optado por este tipo de financiación sin duda valiente -basada en las donaciones de los lectores- en un país en el que nos quejamos mucho de la calidad de la información pero no nos damos cuenta de que tenemos algunas herramientas para conseguir que otra sea posible.
- Cuando las noticias "no caben".
Hace unos días un reportero extranjero de prestigio, con varios premios periodísticos internacionales, me describía el hartazgo y la frustración que siente cada vez que algún medio rechaza publicar sus trabajos, en los que los protagonistas son víctimas de las grandes injusticias que azotan el mundo.
- “¿Con qué cara vamos a mirar a los moribundos, heridos o a los familiares de muertos con los que hablamos en Haití, Afganistán, Irak, Gaza, Congo, etc, que nos han abierto las puertas de su casa y de su corazón durante días o semanas para que contemos al mundo lo que les está pasando, si al final no logramos que se publique lo que les está ocurriendo?”, se preguntaba.
A los que nos hemos dedicado a viajar a zonas castigadas se nos ha descolocado el estómago a menudo al comprobar que el niño herido que tenemos a nuestro lado no merece -según los locos parámetros de los mass media- espacio en las páginas de información;
Que los cinco cadáveres que hay a nuestros pies no tienen cabida en el llamado periodismo porque han tenido la mala suerte de morir el mismo día en el que se realizaba el sorteo de la Lotería Nacional.
Que una mujer torturada en Abu Ghraib “no cabe” en el informativo; que una familia de haitianos que protesta contra la injerencia extranjera “no vende”.
Que la lucha admirable de una mujer guatemalteca por llevar a la justicia a criminales de guerra “no es televisiva” según el absurdo esquema de algún mediocre editor, o que las causas de la crisis económica no merecen espacio porque son un asunto complicado que pueden aburrir al espectador, bajar la audiencia o, quizá enfadar a los socios ricos del jefe del medio de comunicación.
Y así, un día nos levantamos por la mañana y gritamos que la ausencia en algunas páginas de actualidad de las grandes noticias del mundo es un delito; que este no-periodismo está engañando y adormeciendo a las sociedades; que las poblaciones que no están bien informadas pueden ser fácilmente manipulables; que la información de calidad, como servicio público, es la base de las sociedades libres y democráticas.
Que, como dijo Albert Camus, hay épocas en las que toda indiferencia es criminal.
Por ello, que no cuenten conmigo.
Decían los maestros periodistas que para ejercer este oficio se precisa empatía, capacidad de ponerse en la piel del otro, conocimiento de idiomas y culturas, viajar, especializarse y profundizar en los temas de actualidad, tener los ojos y oídos bien abiertos y estar en contacto con la calle, porque es en ella – y no en las redacciones- donde se producen las noticias y donde se puede palpar la realidad.
Pero en España parece que se ha optado por otro modelo de periodismo. Consiste en fichar a la entrada y la salida de las empresas y permanecer en ellas, en las redacciones – más que redacciones habría que llamarlas oficinas- nueve o diez horas seguidas con la mirada fija en el ordenador, viendo cómo caen, uno tras otro, los teletipos.
De ese modo los periodistas limitan su mirada: los que se encargan de la información internacional ven la actualidad a través de dos o tres grandes ojos, los de las dos o tres grandes agencias de noticias del mundo. Estas agencias suelen hacer un trabajo digno, pero su cobertura es insuficiente para narrar el mundo.
Es una situación un tanto orwelliana: los grandes medios de comunicación, conocidos como mass media, prescinden cada vez más de sus propios ojos y oídos, de su propia red de corresponsales o enviados especiales, y depositan toda la tarea periodística en las agencias de noticias.
Lo mismo ocurre con la información nacional: los periodistas suelen ver el país a través de las notas de prensa y comunicados de organismos oficiales -o de ruedas de prensa a veces sin derecho a preguntas- porque el modus operandi impuesto en las redacciones no les deja tiempo para indagar en otros temas.
Y así, la tarea de los periodistas de los mass media se ve reducida cada vez más al copy-paste: me llega el teletipo o el comunicado, lo copio, y poco más.
Sin duda alguna el medio de comunicación en el que más se produce este fenómeno es la televisión: un ciudadano enciende la tele, comienza a hacer zapping y comprueba que en todos los canales le cuentan las mismas noticias, con los mismos planos, las mismas imágenes, el mismo enfoque.
- Las redacciones.
Buena parte de las redacciones ya no son lugares de debate en los que la actualidad y la polémica hierven al vertiginoso ritmo de la curiosidad insaciable de los periodistas.
Ahora son espacios más bien silenciosos, en los que hay jefes que valoran cada vez menos la especialización y el conocimiento; en los que introducir gracietas en la narración de una noticia te da más puntos que tener una agenda cargada de contactos y de fuentes de información procedentes de todas las esferas políticas y sociales.
- Los jefes.
Muchos directivos de las empresas periodísticas no son periodistas, sino gerentes que buscan la obtención del máximo beneficio económico sin importarles en demasía la calidad de la información.
Tanto es así, que grandes empresas informativas se preocupan más que por informar, por aparentar que informan; procuran elaborar infoentretenimiento y huyen del periodismo que busca contestar a las grandes preguntas.
- Las causas.
¿Por qué apuestan por pisotear el periodismo?
Recabar y elaborar información cuesta dinero, tiempo y esfuerzo; es mucho más barato limitarse a copiar lo que dicen las agencias de noticias, las instituciones políticas o económicas o los organismos oficiales.
Esta es la idea que prima en los grandes despachos de los medios de comunicación de masas, pero es más que cuestionable.
Cualquier empresario sabe que las apuestas por productos de calidad pueden generar beneficios a largo plazo; pero para eso se necesita paciencia y, en el caso de la información, cierto sentido de responsabilidad pública, algo de lo que carecen por completo estos gurús del no-periodismo.
- El poder.
Buena parte de los mass media centran la información en los poderosos para obtener influencia en las altas esferas: Abramos las páginas de un periódico y contemos cuántos representantes de la política e instituciones aparecen en las fotos. Serán la mayoría.
Y así los pobres, los desposeídos, los anónimos, la gente de la calle, contemplan a través de los medios cómo los integrantes del poder político, económico y financiero gozan de un altavoz diario del que ellos carecen.
Unos pueden permitirse diariamente moldear el lenguaje al servicio de sus intereses: tendrán espacio asegurado en los mass media, sus palabras serán repetidas una y otra vez en los medios audiovisuales.
Los otros no disponen casi nunca de un altavoz: al periodismo les resultan indiferentes.
Actualmente en este oficio se premia y se pone medallas al que frecuenta a los políticos, come con ellos, informa sobre lo que dicen, sobre si seguirán o no en la próxima legislatura, sobre si brillaron o no en su intervención en el Pleno del Congreso, sobre si mienten o no mienten, sobre sus promesas, sobre sus alianzas y rupturas.
Es una información sin duda necesaria, pero suele carecer de la profundidad requerida en los tiempos que corren.
El debate político actual es pobre y suele estar al servicio de los grandes poderes, no de los ciudadanos. Con frecuencia invisibiliza las realidades con la que cualquier buen historiador del futuro definiría la etapa de nuestro presente.
Por eso el espacio informativo que ocupan los representantes del poder político no suele dejar lugar para dar respuesta a las grandes preguntas que deberíamos estar contestando entre todos:
¿Quién está detrás del poder político?
¿Cómo es posible que en 2009, el año de mayor recesión económica en España, el sueldo medio de los consejeros ejecutivos y altos directivos de las empresas del Ibex 35 fuera de un millón de euros anuales?
¿Por qué los gobiernos han puesto tanto empeño en rescatar a las entidades financieras y no nos rescatan a los ciudadanos?
¿Qué ha ocurrido para que Europa se plantee mermar los derechos de los trabajadores e incluso retrasar la edad de jubilación, cuando solo hace diez años debatía reducir o no la jornada laboral a 35 horas semanales?
¿Por qué el hambre, la desnutrición o las desigualdades suelen ser consideradas tragedias naturales inevitables y nadie ha sido condenado por contribuir a su existencia?
¿Tendrán los gobernantes de los países desarrollados remordimientos nocturnos al recordar que con solo el uno por ciento del dinero destinado al rescate de las entidades bancarias en 2009 se habría podido garantizar el cumplimiento de los Objetivos del Milenio establecidos para erradicar la pobreza extrema en el mundo, tal y como ha denunciado la ONU?
¿El aumento de la desigualdad entre pobres y ricos es una tendencia al alza? Es decir, ¿se superará a peor el dato actual – ofrecido por Naciones Unidas- que indica que el 1% de la población mundial acapara el 35% de la riqueza del planeta, mientras que la mitad de la población mundial solo disfruta del 1% de la riqueza?
¿Cuáles son los nombres y apellidos de quienes ganan dinero especulando con el precio de los alimentos?
¿Cuánto dinero ganan nuestros gobiernos vendiendo armas a Estados que atacan población civil y ocupan ilegalmente territorios ajenos?
¿Por qué hay ejércitos de países desarrollados que matan a población civil en nombre de la lucha contra el terrorismo?
¿Para qué algunos países occidentales ocupan y atacan países en nombre de la democracia y la libertad?
¿Se mantendrá esta jerarquía que sitúa el dinero y el poder por encima de los seres humanos y de la Tierra?
¿Hasta dónde llegará este periodismo al servicio del poder o de los beneficios económicos, sumergido en un terrible síndrome de Estocolmo, secuestrado por sus peores enemigos?
La respuesta a esta última pregunta depende no solo de quienes llevan las riendas de los mass media, sino de todos los que ejercemos este oficio.
“El periodismo siempre es subversivo”, Philip Jones Griffiths, fotoperiodista.
Los líderes del modelo imperante de información -habría que llamarlo desinformación- se resguardan de las críticas apelando a los deseos de la sociedad como factor determinante en la elección de los contenidos.
Parapetados en un argumento facilón y falaz, quieren creer que la ciudadanía se compone de tontos y tontas que necesitan cuanta más basura mejor para quedarse pegados a la pantalla, para animarse a comprar un periódico o para escuchar la radio. Tienen fe en la basura porque a corto plazo es lo más rentable, lo más barato, lo más fácil.
Optan por ignorar que en otros países europeos hay programas de información tratada en profundidad que acaparan importantes porcentajes de audiencia o que imprimen el sello de calidad e identidad que necesita un medio para ganar prestigio.
Aquí mismo se han producido fenómenos recientes como que un buen reportaje de Informe Semanal sea lo más visto de la semana en TVE solo superado por un partido de Rafa Nadal.
¿De verdad piensan que nos aburre lo que realmente ocurre en el mundo?
¿Solo vemos la tele si nos descafeínan las noticias? ¿El rigor es aburrido?
¿Tenemos tan poco interés en la actualidad que necesitamos que nos la cuenten en crónicas cada vez más cortas o en vídeos de 45 segundos, porque si no nos distraemos?
Puede que sí. Pero muchos periodistas creemos que no. Por otro lado, estas preguntas tienen trampa, porque, independientemente de la presunta voluntad de una mayoría, el deber del periodismo es contar la realidad de manera de manera detallada y rigurosa.
En general, los seres humanos, cuanto más informados estamos, más queremos saber. Cuanto más sabemos, más preguntas nos surgen. Por tanto, cuanto más tiempo dure la apuesta por el show disfrazado de periodismo, nos arriesgamos a que más ciudadanos dejen de tener interés por la actualidad.
Del mismo modo, si se apostara por multiplicar los espacios informativos y éstos se mantuvieran en el tiempo respaldados por una buena promoción, es muy probable que se fueran sumando como público-lectores más y más ciudadanos, que descubrirían así nuevos enfoques, perspectivas y realidades, así como una nueva afición: querer estar bien informado.
- La responsabilidad.
El periodismo tiene una responsabilidad: informar con ética, con fuentes contrastadas.
No rendir pleitesía al poder, dar un altavoz a quienes no lo tienen, intentar que los que rigen el mundo no sean los únicos que aparezcan en los medios.
Pero también los ciudadanos y ciudadanas tienen en sus manos una responsabilidad: exigir información de calidad, protestar contra la banalización de los espacios informativos y de las imágenes.
(Y esto es extensible al ámbito de la política: la sociedad debe exigir a los políticos un debate de altura).
- No es inofensivo.
Hay un modelo de periodismo actual que eleva las anécdotas o la información de escaso interés general a la categoría de noticias. Así, nos encontramos con informativos-magazine, en los que se habla de un árbol de Navidad decorado con joyas, de un coche empotrándose contra un pajar solitario o de una carrera de pingüinos.
La inclusión de este tipo de reportajes seudoinformativos en un espacio que debería dedicar su atención exclusiva a los grandes temas de actualidad puede resultar a primera vista inocente e inofensiva. Pero no lo es.
No lo es porque cada vez que se da espacio a una seudoinformación se está enterrando una noticia. Y esa noticia a veces tiene que ver con los abusos por parte de ejércitos, de entidades financieras, de políticos corruptos; con grandes asuntos de los que dependen nuestros derechos y libertades.
Pero no se cuenta -o se cuenta mal, en 30 segundos o en media columna- porque hay que dedicar un gran espacio a una insípida cumbre de mandatarios o, peor aún, a esa crónica tan simpática sobre la nueva receta de un roscón de reyes.
- Otro periodismo.
Hay periodistas que creen en el periodismo que se ejerce en los grandes medios y trabajan en ellos con orgullo; están convencidos de que sólo ése es el periodismo real.
Otros permanecen en los mass media porque de vez en cuando tienen la fortuna de poder realizar desde ellos una buena labor periodística y de ese modo la frustración pasajera es recompensada temporalmente para dar paso a otra frustración y así sucesivamente, últimamente con predominio de las etapas de barbecho.
Los hay que se mantienen por una cuestión económica, necesitan pagar la hipoteca.
También están los que se cansan y se van. Renuncian a una nómina, a un contrato indefinido, incluso a un buen sueldo, con la esperanza de poder practicar un periodismo al margen de la agenda impuesta por los grandes poderes.
Unos escriben libros para plasmar en ellos el periodismo que no cabe en los mass media; otros realizan documentales autofinanciados que encuentran hueco en los circuitos de festivales extranjeros o en cadenas de prestigio internacional.
Hay quienes trabajan como free-lance y ofrecen sus crónicas a los mass media, que cada vez “compran” menos y pagan peor.
Algunos han llegado a ofrecer su trabajo gratis, hartos de que les pongan como excusa la falta de dinero para pagarles, y aún así, no han conseguido que sus reportajes, a veces de gran calidad, sean difundidos. No hablo solo de principiantes, sino de reporteros con mucha experiencia.
Entre esos periodistas que han abandonado grandes medios están los que buscan -y encuentran- en Internet el modo de poner en práctica la máxima de que otro periodismo es posible. La información en la Red no necesita del gran capital para ser difundida, no precisa de caros envíos por satélite ni de rotativas. Así han surgido importantes iniciativas como propublica.org en Estados Unidos o mediapart.fr en Francia.
En los países anglosajones, con una sociedad civil más participativa en este tipo de cuestiones, algunos de estos proyectos obtienen financiación a través de filántropos, de las donaciones mensuales y voluntarias de sus lectores o por ambas vías. Es el caso de la ya histórica democracynow.org.
Aquí en España iniciativas de calidad como periodismohumano.com han optado por este tipo de financiación sin duda valiente -basada en las donaciones de los lectores- en un país en el que nos quejamos mucho de la calidad de la información pero no nos damos cuenta de que tenemos algunas herramientas para conseguir que otra sea posible.
- Cuando las noticias "no caben".
Hace unos días un reportero extranjero de prestigio, con varios premios periodísticos internacionales, me describía el hartazgo y la frustración que siente cada vez que algún medio rechaza publicar sus trabajos, en los que los protagonistas son víctimas de las grandes injusticias que azotan el mundo.
- “¿Con qué cara vamos a mirar a los moribundos, heridos o a los familiares de muertos con los que hablamos en Haití, Afganistán, Irak, Gaza, Congo, etc, que nos han abierto las puertas de su casa y de su corazón durante días o semanas para que contemos al mundo lo que les está pasando, si al final no logramos que se publique lo que les está ocurriendo?”, se preguntaba.
A los que nos hemos dedicado a viajar a zonas castigadas se nos ha descolocado el estómago a menudo al comprobar que el niño herido que tenemos a nuestro lado no merece -según los locos parámetros de los mass media- espacio en las páginas de información;
Que los cinco cadáveres que hay a nuestros pies no tienen cabida en el llamado periodismo porque han tenido la mala suerte de morir el mismo día en el que se realizaba el sorteo de la Lotería Nacional.
Que una mujer torturada en Abu Ghraib “no cabe” en el informativo; que una familia de haitianos que protesta contra la injerencia extranjera “no vende”.
Que la lucha admirable de una mujer guatemalteca por llevar a la justicia a criminales de guerra “no es televisiva” según el absurdo esquema de algún mediocre editor, o que las causas de la crisis económica no merecen espacio porque son un asunto complicado que pueden aburrir al espectador, bajar la audiencia o, quizá enfadar a los socios ricos del jefe del medio de comunicación.
Y así, un día nos levantamos por la mañana y gritamos que la ausencia en algunas páginas de actualidad de las grandes noticias del mundo es un delito; que este no-periodismo está engañando y adormeciendo a las sociedades; que las poblaciones que no están bien informadas pueden ser fácilmente manipulables; que la información de calidad, como servicio público, es la base de las sociedades libres y democráticas.
Que, como dijo Albert Camus, hay épocas en las que toda indiferencia es criminal.
Por ello, que no cuenten conmigo.
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