jueves, 17 de marzo de 2011

El camino hasta la Invisible

CULTURA

Gestión ciudadana

Una sala de conciertos de noche, un aula universitaria por la tarde, la sala de juntas de una cooperativa o el centro de operaciones de un piquete ciudadano por la mañana. Todo esto es lo que ha adquirido estabilidad con la firma del acuerdo por el que el centro social y cultural de gestión ciudadana La Casa Invisible se quedaba en el inmueble del centro de Málaga que ocupaba desde marzo de 2007.

“La presencia de la Invisible es importante ahora mismo en Málaga”, opina Beatriz Ifrán, miembro de la Coordinadora de Inmigrantes de Málaga (CIM) y socia de una de las cooperativas que han surgido en el seno del centro. Con una trayectoria militante en Montevideo como activista sindical, Ifrán no conocía el disperso movimiento de centros sociales que, con distintos niveles de influencia según el país, es uno de los elementos de identidad común de la disidencia política europea.

“Aunque no todos los movimientos de Málaga se han generado aquí”, continúa, “creo que ahora mismo todos pasan de algún modo por La Invisible”. La composición de ’los invisibles’ en el momento de su entrada en un inmueble histórico -data de 1881- en pleno centro de la ciudad ya daba idea de esa variedad: integrantes de asociaciones de inmigrantes, activistas de la cultura libre, vecinos y profesores universitarios querían habitar el edificio abandonado propiedad del Ayuntamiento para crear un centro social y cultural de gestión ciudadana. Allí siguen.

La propia historia de la Coordinadora de Inmigrantes de Málaga corre paralela a la de la Invisible. El Foro Social celebrado en 2004 en la ciudad supuso un punto de encuentro para los debates sobre precariedad e inmigración que atravesaban a algunos centros sociales tras la pérdida de fuelle del movimiento ’antiglobalización’ de las contracumbres . “En el foro nació un trabajo conjunto entre argentinos y uruguayos, ese fue el primer paso para la Coordinadora”, recuerda Ifrán. Apenas dos años y medio después la Coordinadora se convertía en uno de los colectivos que ’inauguró’ el nuevo centro social.

“En toda ciudad y en toda época existen bandas, fuerzas sociales, colectividades que se niegan a plegarse a las miserias del trabajo sometido, a los tiempos de la producción y el mercado, a los designios de la disciplina y la moral. ¿Dónde se encuentran es*s ingobernables? ¿En qué espacios producen y crean siguiendo unos parámetros extraños para la lógica económica? ¿Qué tipo de infraestructuras y servicios necesita la multitud para producir más cooperación, más libertad, más autonomía, más creatividad, más alegría colectiva?” Del dossier de La Invisible.

“Nuestros primeros debates los teníamos entre gente que procedíamos de la autonomía en un sentido más clásico”, rememora Santi, del colectivo Universidad Libre y Experimental (ULEX). Autonomía: la figura ideológica difusa que ha poblado desde los ’70 los centros sociales a lo largo de Europa. El centro social: la “creación política” de esa figura que apenas heredó de la autonomía obrera la primera parte de su nombre y se extendió desde los pioneros centros sociales okupados en Italia o Alemania.

En un texto firmado, entre otros, por un miembro de La Invisible, se proponía la interpretación de los centros sociales como “instituciones de movimiento” en la misma estela que los laboratorios ’hacker’, los proyectos editoriales o los experimentos organizativos del movimiento estudiantil europeo en torno a la autoformación.

Los elementos comunes en esta reinterpretación de los c.s.: apuesta por un circuito autónomo en la producción cultural, los criterios de edición cultural bajo licencias abiertas, la importancia de la investigación y la autoformación, la apertura de espacios mestizos (clases de castellano, asociacionismo migrante), las formas de sindicalismo social y los experimentos de empoderamiento político.

Estos ingredientes existen, con distintos énfasis y desviaciones (el texto citado es de 2007, antes de la crisis) en la Invisible y en otros centros, como La Tabacalera de Madrid. Pero la relación entre el discurso, la práctica y la composición social presente en los c.s sigue planteando problemas.

- Resistir es crear: el pulso por un espacio.

En enero de este año, representantes del centro social y cultural La Casa Invisible firmaban un acuerdo con el Ayuntamiento de Málaga por el que se reconocía la gestión por parte de la ciudadanía del céntrico edificio de 2.000 metros cuadrados ocupado por ’los invisibles’ en 2007.

El acuerdo se ha formalizado como un protocolo de intenciones de un año de duración tras el que se procederá a la cesión del espacio. A cambio, la asamblea de la Invisible tendrá que crear una Fundación como responsable legal del centro y se comprometerá a asumir los costes de los suministros.

Se alcanzaba así una “victoria ciudadana”, tal y como expresó La Invisible. Además de la presión en las calles a través de manifestaciones, La Invisible planteó desde el principio una negociación que logró implicar, junto al Ayuntamiento de Málaga, a la diputación provincial de Málaga y a la Junta de Andalucía. El Museo Nacional Reina Sofía cumplió un papel de aval simbólico del proyecto al mediar en las conversaciones. Tras diversos momentos en que el proceso estuvo en peligro debido a la intención del consistorio de desalojar el edificio, todos estos agentes estamparon su firma en el acuerdo este 17 de enero.

Durante todo el proceso, el consistorio tuvo dificultades para situar el conflicto en torno a la ilegalidad de la ocupación y aislar de este modo al proyecto. De forma hábil, desde la Invisible se consiguió desplazar el debate a la defensa de los principios de cooperación entre diferentes que la han convertido en un actor más en la vida política y cultural de la ciudad.

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